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Las guerras íntimas del periodista de conflictos

Cuatro periodistas especializados en la cobertura de guerras y conflictos analizan la difícil conciliación entre vida familiar y trabajo y la situación actual de esta especialidad del periodismo a partir del análisis de la película ‘Mil veces buenas noches’. (por Carlos Pérez Cruz)

“Al final siempre se acaba confundiendo la historia del periodista con la de un Rambo, periodistas que corren por las azoteas y no se agachan cuando vienen los disparos. Trabajo en zonas de conflicto y conozco a los mejores fotógrafos del mundo, sé que cuando disparan uno tiene tendencia a agachar la cabeza -a no ser que esté loco-, se pasa mucho miedo cuando están bombardeando y pocas veces hay espacio para mostrarte valiente. Lo responsable es sobrevivir para contar las cosas”.

32 años contando cosas de medio mundo le otorgan a Gervasio Sánchez pedigrí como para poder detectar un giro novelesco en películas que retratan la profesión de periodista que trabaja en zonas de conflicto. Una de ellas es la reciente Mil veces buenas noches, en la que la actriz Juliette Binoche interpreta a una fotógrafa que trabaja en Afganistán, donde cae herida tras la inmolación de una mujer a la que ella acompaña de forma voluntaria en su viaje hacia la muerte. Para Sánchez, el gran fallo de la película consiste en “intentar colocar a la periodista en la situación límite total y eso, quieras o no, hace que el contenido de la película sea algo artificioso”. Un matiz de dramatismo que, sin embargo, no impide que la película sea un buen punto de partida para interrogarnos sobre algunas peculiaridades de esta especialidad del periodismo.

El periodista Ramón Lobo

¿ES POSIBLE CONCILIAR FAMILIA Y TRABAJO?

Rebecca (Juliette Binoche) regresa a su domicilio tras recuperarse de las heridas más graves sufridas con la explosión. Allí le espera su familia, marido y dos hijas. El guión mete el dedo en la llaga del frágil equilibrio entre vida profesional y familiar, en la difícil conciliación entre la Rebecca madre y esposa en casa y la Rebecca que es capaz de jugarse el tipo por una fotografía en un país remoto. Sin ánimo de desvelar la trama, podría parecer que la condición de periodista de guerra en activo y la vida familiar son, si no incompatibles, altamente improbables. Sin embargo, de los cuatro periodistas consultados para este artículo, sólo el más veterano de ellos, Ramón Lobo, vive sin familia, aunque aduce razones más personales que profesionales. Según este ex-periodista de ‘El País’, “el trabajo es una perfecta cobertura para lo desastre que somos”. Calamidades personales aparte, Lobo ha escuchado en su vida los mismos reproches que recibe Rebecca de su marido: “A la semana de volver ya estás nervioso para irte otra vez, y eso transmite a veces la sensación de que la persona que está contigo no te importa nada”.

Volver a casa después de haber visto morir gente sólo pocas horas antes del regreso no parece facilitar una plácida transición entre profesión y vida privada, hasta el punto de que, confiesa Gervasio Sánchez, “a veces tienes la sensación de que las personas que te rodean no te comprenden, de que tu comportamiento no es el que le gustaría que tuvieras con ellos. Hablan de cosas que para ti muchas veces son frivolidades”. Lo cuenta mientras recuerda que algunos de esos retornos han tenido lugar en plenas Fiestas del Pilar de Zaragoza, ciudad en la que reside.

Compartir profesión puede ayudar a esa conciliación. Es el caso de Mónica García Prieto, periodista freelance establecida desde hace unos meses en Bangkok, tras pasar años en Beirut, y cuya pareja es Javier Espinosa, uno de los tres periodistas españoles que sufrieron meses de secuestro en Siria. Esa amarga experiencia es la que le ha llevado a Mónica a tomar la decisión de poner punto y final a su etapa como periodista de guerra. “Fue un trago terrible explicarles a mis hijos el concepto de secuestro, que su padre había sido detenido por hacer su trabajo, el trabajo que yo he defendido durante tantos años, y verlos llorar por él”. La llegada de los hijos le había provocado ya a Mónica un primer e importante cambio en la percepción de este trabajo y sus riesgos. “Antes cubría las guerras de una manera mucho más visceral, más animal y pasional, me inmunizaba mucho más ante el sufrimiento. Si antes tenía una especie de coraza con la que justificaba mi misión, que yo estaba allí para informar y que hundirse no sirve, ahora ese planteamiento me funciona menos”. Eso sí, los niños facilitaban el aterrizaje, “porque te llevan rápidamente a su mundo, que es muy básico, te hacen salir de la vorágine emocional de la que vienes”. Una opinión que comparte el también freelance Mikel Ayestaran, padre de dos hijos, que este año ha tenido mucho trabajo con las guerras de Siria, Ucrania y Gaza y para el que una buena conciliación depende “más de la calidad que de la cantidad de tiempo que se pasa con la familia”. Un equilibrio que, dice Ayestaran, “se puede romper de forma muy fácil. Tienes que tener detrás una gran familia con una gran espalda capaz de aguantar esto y de, sobre todo, soportar tu ausencia. Saben que igual no vuelves”.

El periodista Mikel Ayestaran

EL TRABAJO COMO ADICCIÓN

“Hay una cierta adicción, sin duda”, reconoce Ramón Lobo. “No es ya la adrenalina de estar en una zona de conflicto sino que es la adrenalina de estar en contacto cotidiano con historias increíbles en las que tú no tienes que tener mucho talento, simplemente la inteligencia de no estropearlas a la hora de transmitirlas. El talento hay que tenerlo cuando haces información parlamentaria, porque sacar de ahí algo interesante…”.

Si la profesión periodística tiende a ser vocacional, más si cabe lo parece esta rama del periodismo en la que el periodista se expone a situaciones de vida o muerte. “Yo no conozco a nadie que vaya obligado”, dispara Mikel Ayestaran, al que le duele que el periodismo de breaking news y la fast information que se estila en estos tiempos haga más difícil poder volver a los lugares que se visitó durante una guerra para trabajar en sus post-conflictos. En ellos es un especialista Gervasio Sánchez, cuya cámara ha retratado a las víctimas de la guerra y de la violencia en diferentes lapsos de tiempo con series como Vidas minadas. “A mí me sirve como válvula de escape. Cuando regresas a un lugar que has vivido bajo la guerra y que ya está en paz, las sensaciones que recibes te sirven para equilibrar la balanza anímica. Donde has visto guerra, ahora ves paz; donde has visto muerte, ahora ves vida; donde has visto a gente triste y golpeada por la violencia, ahora ves sonrisas”. Sin embargo, y contra lo que pueda parecer, para este experimentado fotógrafo el momento más duro “es cuando bajo el ascensor de mi casa y me voy. A mí me gustaría quedarme en casa”. Quizá por eso se ha llevado a su mujer y a su hijo a algunos de los destinos en los que ha trabajado, como Sierra Leona, Bosnia o Camboya. “De esta manera también les transmito lo que siento cuando estoy en este tipo de lugares y ellos quizá me comprendan mejor si entienden lo que hay en mi interior y por qué voy a sitios así”.

Los hijos de Mónica García Prieto, de cuatro y ocho años, no han necesitado acompañar a sus padres en sus viajes periodísticos para comprenderlo porque la guerra ha estado con ellos o a las puertas de Beirut en muchas ocasiones. “Mi hijo mayor me venía cada día contando cómo llegaban nuevos amiguitos al cole, que venían de un país, Siria, y que habían llegado porque su casa la había roto una bomba, que sus papás murieron en esa bomba, se fueron a vivir con los abuelos y los abuelos también tuvieron que huir porque bombardearon también su casa y han terminado aquí”.

La periodista Mónica García Prieto

LOS LÍMITES ÉTICOS DEL PERIODISTA

En Mil veces buenas noches, Rebecca acompaña a una mujer que oculta un cinturón de explosivos. Ante la inminente explosión, y por la presencia de niños y civiles en los alrededores, grita para tratar de alertarlos para que huyan. Es decir, interviene en el curso de los acontecimientos. Parece comprensible desde el lado humano pero, ¿también desde la praxis periodística? ¿Dónde están los límites de la intervención de un periodista?

Tanto Mikel Ayestaran como Gervasio Sánchez resoplan ante una situación “tan de película”, pero los cuatro reconocen la lógica personal y profesional de la acción de Rebecca. “Es muy fácil juzgar desde la distancia”, reflexiona Mikel, “pero tienes que estar en ese mismo momento para saber cómo reaccionarías”. Prestar el coche para el traslado de heridos o la evacuación de personas que han quedado aisladas son, según Ayestaran, las pequeñas intervenciones que puede realizar un periodista, acciones que no inciden en el curso global de los acontecimientos. “Tenemos la obligación de hacer todo lo que esté en nuestras manos. No creo que yo esté cambiando con mi comportamiento el curso de la guerra”, comparte Mónica García Prieto. En eso coinciden los cuatro, aunque Ramón Lobo apunta que “ya tu sola presencia modifica la realidad. José Luis Márquez, el camarógrafo de TVE, se dio cuenta de que por estar filmando una acción iban a matar a una persona que tenía delante para que él la pudiera filmar. Entonces dejó la cámara en el suelo, él no iba a filmar eso. Tienes que darte cuenta de que ni tus crónicas, ni tu presencia, nada de lo que puedas hacer, va a modificar realmente la realidad”.

Los límites de la intervención de un periodista son muy variables, dependen de la situación sobre el terreno, aunque para Ramón Lobo hay uno clarísimo: “Jamás tocaría un arma”. Al respecto, Gervasio concluye que “lo importante para un periodista es mirarse al espejo y no llamarse hijo de puta, he hecho algo que es vergonzoso, me siento avergonzado. A veces es más valiente no hacer fotos, a veces es más valiente parar la cámara, a veces es más valiente no meter el micro en la boca a alguien que está en una situación de caos. Los periodistas debemos de ser capaces de saber dónde están nuestros límites y de actuar con valentía, incluso a costa de perder supuestas exclusivas, buenas fotos y buenas historias para nuestros lectores, simplemente para no sentirte mal contigo mismo”.

El periodista Gervasio Sánchez junto al autor de este artículo

EL PERIODISMO MÁS ARRIESGADO, EN RIESGO

Los tiempos del periodista cubierto por su medio parecen haber quedado en el recuerdo, ahora se estila el freelancismo y la multiplicación de funciones, amén de una precariedad económica extrema. A su vuelta de Afganistán, Rebecca procura vender su trabajo. Muchos periodistas se ven hoy en medio de la guerra haciendo equilibrismos entre gastos y los ridículos ingresos que suelen generar muchos de esos trabajos realizados en condiciones extremas, si es que éstos llegan a ver la luz y son remunerados. ¿Qué condiciones no debería aceptar nunca un periodista que pretende cubrir una zona de conflicto?

“Lo que no se puede aceptar son las vergonzosas cantidades de dinero que se pagan, trabajar gratis o prácticamente gratis. Hay que denunciarlo”, se incendia Gervasio Sánchez. “Una de las cosas que habría que hacer es: tal medio y tal persona me han ofrecido tal cosa, y que las federaciones de periodistas peguen un puñetazo encima de la mesa de una vez por todas y pongan orden en todo este despelote impresionante que se está produciendo en el periodismo español. Para pagar periodismo siempre hay problemas, para pagar los vicios de los empresarios, las desvergüenzas de los directivos, siempre hay dinero”. Ramón Lobo se suma al llamamiento a la acción de las federaciones de periodistas y denuncia que “un medio importante no puede pactar con un freelance que vaya a un conflicto sin acordar las mismas condiciones que tendría un periodista de plantilla. Proporcionarle casco y chaleco, un seguro de vida…”. La realidad es que, según Mónica García Prieto, “ahora mismo lo estamos aceptando prácticamente todo, cualquier cosa con tal de que se cuente la historia”.

“Los editores y los directivos de los medios ya no son periodistas, son empresarios”, advierte García Prieto, un detalle que casa con las memorias de Lobo de tiempos en los que el jefe podía ser el mejor aliado del periodista, “jefes periodistas que te obligaban a ir al límite de tu capacidad para hacer las mejores historias. Hemos pasado de eso a encontrarnos con gerentes que lo que quieren es gastar lo menos posible y no les interesa el periodismo”. Tiempos, los actuales, en los que Mikel Ayestaran echa de menos “buenos editores al otro lado, porque además de nuestra información hay ahora mismo una lluvia inmensa de periodismo ciudadano, de información que llega a través de las redes y necesitas gente que sea capaz de ponerla en contexto”. Información que es muy costosa y que se ha llegado a realizar casi gratis. Gervasio Sánchez recuerda que esto “pasó sobre todo en la cobertura de Libia y al principio de Siria, trabajar era muy barato. Entrabas en Libia por Túnez y después te empotrabas en una unidad guerrillera que te lo daba todo: el tabaco, la comida, podías dormir donde ellos dormían…, no gastabas. Con lo cual, si vendías tu producto por menos, no pasaba nada”.

La firma de periodistas sin titulación o procedentes de otros gremios ha sido objeto de frecuentes polémicas, aunque por lo general para nuestros entrevistados este teórico intrusismo está lejos de ser un factor importante. “Si un doctor voluntario en un conflicto ve que no hay periodistas y él puede dar una entrevista para reportar lo que está ocurriendo, ¿no debería hacerlo porque su campo es el sanitario?”, se pregunta Mónica. “¡No! Eso nos ha pasado muchísimas veces en Gaza cuando se ha cortado la entrada de periodistas. En este mundo global, en el que tenemos muchas herramientas para hacer muchísimas cosas, todos tenemos la obligación en esas circunstancias de hacer todo lo que está en nuestras manos”. Al respecto, para Ramón Lobo “este es un trabajo que exige una cierta capacidad profesional y un cierto control ético por parte del medio. ¿Qué esto lo puede hacer un periodista que ha estudiado Ciencias de la Información y lo puede hacer un biólogo? Evidentemente lo puede hacer cualquiera que lo sepa hacer”.

Aunque siempre habrá quien sepa y lo quiera hacer, las experiencias amargas y las vidas al límite que propicia esta profesión generan dudas. ”Con lo que ha ocurrido en Siria, muchos periodistas que estábamos acostumbrados a ir a zonas de conflicto hemos empezado a hacernos preguntas. ¿Vale la pena todo esto? ¿Vale la pena arriesgar? ¿Vale la pena hacer sufrir a las familias?”, se cuestiona Gervasio Sánchez. “Yo he sido el portavoz de los familiares de Ricardo García Vilanova y de Javier Espinosa durante los meses en que estos dos grandísimos periodistas y amigos fueron secuestrados y puedo asegurar que para mí ha sido la peor experiencia de mi vida, porque he tenido que lidiar con las familias, padres, compañeras sentimentales, saber lo que pasaba con sus hijos… Ha sido tan doloroso temer por la vida de los secuestrados como por la salud mental de sus familiares”.

Músico y periodista. Director del programa "Club de Jazz" (www.elclubdejazz.com) y colaborador de "Carne Cruda" (Javier Gallego, 'Crudo'), Radio Vitoria (EiTB) y las revistas 'Cuadernos de Jazz' (www.cuadernosdejazz.com) y 'El Asombrario' (www.elasombrario.com)

1 comentario

  • hal

    / Responder

    Considero bastante egoista hacer victimas a las familias de los periodistas que se dedican a cubrir conflictos en el mundo.
    Pon en la balanza si el deseo de realizar tu profesion de riesgo merece la pena de mantener en constante preocupacion por tu vida a la familia que dejas atras.
    Me dedico a ello, lo comento antes de que se caiga en juicios rapidos.

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