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Tal día como hoy

 

Tal día como hoy en 1931, el pueblo (ese ente hoy tan desdibujado) tomaba las calles de Madrid y provocaba un cambio de régimen, la caída de la monarquía y el advenimiento de la Segunda República Española. Así, tal cual, saliendo a la calle, después de haber votado mayoritariamente a los partidos contrarios al rey que, con un buen criterio que no había demostrado hasta entonces en su reinado, como cuenta Josep Pla, se dio cuenta de que tenía que plegar velas porque no podía imponer por la fuerza de las armas lo que no había conseguido imponer en las urnas por la fuerza de las razones. Nadie sabe muy bien cómo la bandera tricolor republicana llegó a ondear en el mástil del Palacio de Correos, hoy sede del ayuntamiento madrileño en la plaza de Cibeles, pero el caso es que esa fue la señal que atrajo a miles al centro de Madrid y marcó el inicio del cambio en la jefatura de Estado. Y todo empezó por unas elecciones municipales.

Han tenido que pasar 84 años para que volvamos a encontrarnos ante unas municipales tan decisivas como aquellas. Aquí estamos de nuevo frente a los síntomas de enfermedad del sistema que aconsejan y auguran un cambio de ciclo. Hoy no se trata de hacer caer la monarquía, aunque eso podría discutirse luego, sino de hacer caer el reinado de 40 años de un bipartidismo que se ha convertido en el verdadero régimen monárquico de nuestra democracia, régimen en muchos aspectos absolutista que ha aniquilado la división de poderes y toda barrera a su poder, se ha hecho con el control de la Justicia, ha corrompido las instituciones, ha metido a la empresa en la cama de la política, maneja a la prensa, reprime a la ciudadanía y ha convertido el Parlamento en un obsoleto ornamento tan decorativo como lo fue durante el bipartidismo de la anterior Restauración monárquica en la que se turnaban en el poder para asegurar su continuidad en la cima.

Se parece tanto aquella época a ésta que diríamos que España se ha quedado detenida en la repetición de la jugada. Entonces los caciques compraban el voto y bandas de matones y policías disolvían los focos de disidencia. Hoy las redes clientelares, el sistema electoral y el control mediático hacen muy difícil el vuelco de fuerzas y el matonismo de la policía trata de mantener a raya la crítica con la ayuda de leyes cada vez más represivas. Hoy el bipartidismo es la nueva monarquía y estas elecciones municipales y autonómicas el paso previo necesario para arrebatarles el trono y quitarles la corona. No son solo importantes para recuperar la soberanía popular en la base de la democracia, son esenciales para darles la estocada que les haga tambalearse definitivamente en las elecciones a la presidencia.

Si salen malheridos de las municipales y autonómicas entrarán en una barrena que les haga caer sobre un lado del columpio impulsando el cambio hacia arriba. Si pierden aire, lo cogerán las nuevas fuerzas y se producirá ese salto de mentalidad que hace posible que el asalto de las alternativas. Pero si esquivan el golpe, retomarán aire y lo perderán quienes creen que podemos regenerarnos. Por eso son tan cruciales como aquellas del 31, estas municipales del 24 de mayo, porque son la oportunidad de plantar la bandera en el mástil del ayuntamiento que atraiga a otros hacia el centro de la plaza. Como entonces, no es importante quién iza el trapo sino que unos y otros colaboren para izarlo.

La ventana para colarnos en las instituciones, subir al tejado y hacer ondear la bandera está más abierta que nunca. No es que se vaya a cerrar porque un cambio no solo es posible, ya es seguro en nuestra sociedad, que diría Sampedro, pero sí es cierto que la ventana se entornará y entonces sólo entrará un airecillo de renovación, tal vez tan cosmético como el cambio dinástico. Hay poco tiempo para que esta plaga de cambio ponga sus huevos, como advertía Günter Grass, fallecido ayer, en un viejo poema: “Cuando la langosta invadió nuestra ciudad, no traían ya la leche a casa y el periódico se asfixiaba, abrieron las cárceles y soltaron a los profetas. (…) Pronto volvieron a traernos la leche, el periódico respiró y los profetas llenaron las cárceles”.

Lo que paraliza a gran parte de nuestros vecinos es el miedo del que tanto hablaba Eduardo Galeano, también tristemente desaparecido ayer, que decía que “el miedo de hacer nos condena a la impotencia”. Podemos seguir metidos en el huevo por temor pero, como escribió Grass, “hay que temer también que alguien, fuera de nuestra cáscara, sienta hambre y nos eche a la sartén, sazonándonos con sal… ¿Qué haremos entonces, mis hermanos de dentro del huevo?”. Tal día como hoy hace ochenta y cuatro años, miles de ciudadanos decidieron romper el cascarón y salir del huevo. Veremos si hoy somos tan valientes como ellos.

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