Cifu para los amigos
Los fines de semana ya no serán lo mismo para muchos de los que adoramos el jazz, la radio y su voz. Cada sábado y domingo esta sintonía nos hacía balancearnos con swing a la hora de la comida y esbozar una sonrisa tan amplia como las teclas de un piano, mientras los aromas del fuego y nuestros pies daban saltitos en el aire al ritmo alegre y contagioso de estas notas que ya siempre nos evocarán a Juan Claudio Cifuentes, Cifu para los amigos, nosotros, los oyentes de la radio, los que le escuchábamos no con el aire reverencial del que escucha a un sacerdote sino con la familiaridad del que escucha a un ser querido.
Porque Cifu se hacía querer, más que admirar, y los que además de admirarle, le conocimos aunque fuera mínimamente, le hemos querido mucho. Incluso antes de conocerle también. Si algo tenía este sabio del jazz y de la radio era su cercanía, su naturalidad, su absoluta falta de impostura. Era un amigo, una amigo que enseñaba el jazz entre amigos, como aquel programa mítico de la televisión que le hizo conocido…
Creo que lo conté aquella vez que tuve la suerte de hacerme el regalo de entrevistarle y hacerle el homenaje que le debía: Cifu hacía sus programas mirando a un costado del estudio, hablándole a un interlocutor imaginario, contándole aquellas apasionantes historias de jazz que salían del altavoz de la radio como si estuviera allí contigo. Cifu te hablaba de mundos desconocidos como le hablaría a un conocido. Te hacía sentir como en casa en su casa de la radio, se metía en la tuya como un amigo cercano y te hacía vibrar como el aire que tintinea nervioso alborotado por esa música fascinante que tanto le fascinaba y que consiguió que a tantos nos fascinara: el jazz.
A esa música inabarcable, insólita, libre y espléndida que celebra la vida en todas sus formas dedicó la suya durante más de 30 años, pese al silencio al que la han condenado las instituciones y medios de este país. Pero él siguió erre que erre, acorde tras acorde, menudo era él, dando la barrila con sus compases sincopados y sus melodías humeantes como el humo de sus eternos cigarrillos, imbatible, incombustible, inasequible al desaliento, soplando y soplando por la boquilla a través del micrófono toda aquella cascada de notas vitales que llevaba dentro… Cómo se notaba que era batería, pasase lo que pasase, él siguió golpeando constante su baqueta sobre el plato del jazz…
Al final se le hizo justicia y se premió tanto tesón, aunque para él no fue un esfuerzo sino algo tan natural como meter el aire en su boca y hablar. Llegaron los galardones y reconocimientos a su labor constante por difundir el jazz, llegó el Ondas y la Medalla de las Bellas Artes aunque el mayor premio que recibió fue el cariño apabullante de una familia de oyentes que se extendía y creció como las notas largas de un solo de Miles…
Solos nos hemos quedado ahora sin él. Pondremos Radio 3 este fin de semana a las dos o le buscaremos en las madrugadas de radio clásica pero ya no estará. Sonará, retumbará el silencio al final de este solo acompañado que ha durado una vida. Pero aunque él se ha ido, nos ha dejado un mundo de discos, conciertos, temas, improvisaciones, en el que volverle a encontrar una y otra vez. Le volveremos a escuchar en Charlie Parker, Duke Ellington, Joe Henderson, Sonny Rollins, Stan Getz, Lee Morgan, Tete Montoliú o Jorge Pardo. Ahí estará. Viviendo aún a todo jazz, disfrutando del jazz porque sí.
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