‘Mis crímenes’, la decadencia de un gigante
Eudes Fignon, el conocido periodista francés, autor de los discursos de algunos de los líderes de la derecha europea, acaba de presentar un libro que sin duda decepcionará a sus seguidores. Como nuestros oyentes recordarán, Fignon, uno de los intelectuales más prestigiosos y admirados del planeta, fue objeto de algunas críticas en 1988 por un gesto polémico: quemó vivos a doce refugiados musulmanes que habían ocupado un apartamento en la periferia de París. Luego, en 1999, su fama de hombre desprejuiciado y audaz se vio reforzada por una iniciativa que desde sectores puritanos se consideró un poco provocativa: asesinó a tiros a dos homosexuales que se besaban en el parque del Oeste de Madrid. Pero su consagración definitiva como la mente más libre y extravagante del planeta se produjo en 2004, cuando la revista The Times lo nombró “hombre del año” después de que bombardeara desde su avión privado los barrios pobres de Roma, matando a 17 personas, casi todas extranjeras, que, según sus palabras, “no contribuían al PIB del país”. Estas y otras atrevidas ocurrencias las narró en su primer libro autobiográfico de 2007, “Sin complejos”, cuyo estilo sobrio y casi telegráfico fue celebrado por la crítica y que en España fue presentado en la sede de las FAES por el ex-presidente José María Aznar. Ahora, su segundo libro de memorias enfriará justificadamente el ánimo de sus numerosos admiradores. “Mis crímenes”, que así se llama la obra, evoca expresamente “Las confesiones” de Rousseau y narra todo lo que había ocultado hasta ahora, todo lo que debería haber callado, todo lo que sus lectores hubiésemos preferido no saber. Sus amigos más próximos aseguran que Eudes Fignon, viejo y enfermo, se ha dejado llevar por un impulso de “senil arrepentimiento autodestructivo”, lo que, en todo caso, no justifica ni la gravedad de sus confidencias ni la anemia de sus frases. En la página 76, por ejemplo, confiesa que en 1958 “se emocionó ante el primer mirlo de la primavera”. En la página 97, mucho peor, desmiente su obra anterior y declara haber sentido “una especie de malestar” en 1976 mientras “torturaba a un chino”. Pero la confesión más grave nos asalta en la página 186 cuando reconoce que en 1949, a los 10 años de edad, “cedió parte de su merienda a su compañero Denis, que se acababa de quedar huérfano”. Que nadie lo viera, que Denis no lo delatara y que ahora esté arrepentido no amortigua ni nuestra condena ni nuestra decepción. Eudes Fignon tiene suerte de que los delitos de “compasión premeditada y solidaridad voluntaria” prescriban, según el código penal, a los quince años. El mal gusto de estas confesiones, en cambio, no prescribirá nunca.
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