Gracias de qué
Suena el timbre de tu casa, abres la puerta, y te encuentras al presidente del Gobierno sonriéndote con su mandíbula prognata –el mentón más prominente que el resto de la cara– en una mueca bonachona que no sabes decir si es la sonrisa de un bobo o de un sádico. Lo más probable es que sea ambas cosas. “Gracias, muchas gracias”, te dice con ese característico silbido suyo que suena como un sifón al final de cada ese. Como un escupitajo en la cara. Gracias por qué, presidente, se me ocurre preguntar. Pero él me mira a través, como si yo no estuviera, porque mi pregunta no está en el guión del spot, como si esto fuera una rueda de prensa sin preguntas.
Quizá me da las gracias por haber aguantado que nos mintiera antes y después de ganar las elecciones, insisto. O me dice gracias por habernos dejado robar por su partido y por no haber conseguido echarle a la calle a pesar de la caja B y de sus mensajes a Bárcenas cuando ya su amigo el tesorero era un chorizo. O tal vez me dice gracias porque sobrevivo sin la prestación de desempleo que usted ha recortado o porque mantengo a flote a mi familia con un sueldo precario y un contrato por horas gracias a su reforma laboral. Dele entonces las gracias a mis padres y mis abuelos que son los que nos mantienen.
Puede que usted me dé las gracias por no haber quemado la fábrica que me echó por la mitad de lo que me habría pagado antes de que usted abaratara el despido. No sé, presidente, me confunde: acaso me da las gracias por soportar cómo nos sube los impuestos mientras le regala una amnistía fiscal a los defraudadores. Dígame si me da las gracias por quitarme el trabajo de profesor, enfermero o doctor para poder rescatar a los bancos. O si me agradece por no haberle demandado por la muerte de mi padre en un pasillo de un hospital en el que faltaban medios, mantas, medicinas y médicos.
No me diga que me viene a dar las gracias por no enfermar porque si no enfermo es porque no puedo pagar el tratamiento. O a lo mejor ha venido usted a verme porque cree que voy a ser desahuciado y me da las gracias por entregarle mi casa al banco que usted ha salvado con mi dinero. Quizá viene usted a darle las gracias a la familia del suicida que se tiró por la ventana porque no podía pagar la hipoteca y le evitó a la entidad y a los antidisturbios el mal rato del desalojo. Ahora lo entiendo: viene usted a darles las gracias a los que se quitan de en medio y le quitan a usted un problema.
Es eso, ¿verdad? Me agradece que vaya a emigrar a otro país y cuente como un parado menos. Me agradece que haya dejado de estudiar porque su Gobierno me ha quitado la beca. Me lo agradece porque se ha quitado otro gasto de encima. Tal vez piensa usted que no puedo pagar la luz y me da las gracias por vivir a oscuras, con velas y con mantas, porque usted no se enfrenta a las eléctricas para que bajen los precios. A lo mejor me lo agradece porque sabe que dentro de unos años le nombrarán consejero y le pagarán un pico.
Creo que ya lo he adivinado. Me da usted las gracias por todo esto, por seguir aquí aguantando lo inaguantable, por pagar las multas de las manifestaciones, por el ojo que le regalé a la policía, porque dejé de protestar o por quedarme en casa como la mayoría silenciosa. Me da las gracias porque encima cree que soy una de esas millones de personas que aún le volverá a votar. Es eso, lo veo en esa risa de rumiante sin dientes. Mejor que parezca que no los tiene porque ganas tengo de darle una colleja que le saque la dentadura a pasear. Una pena que ya no esté entre nosotros Amparo Baró para dársela. Si quiere darme las gracias por algo, agradezca que no me haya vuelto violento y no le eche de su plasma a patadas.
Gracias, muchas gracias, repite por fin. Y ahora sí, le respondo: gracias de qué, presidente, gracias de qué.
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