Silencio: arte, terapia y mediación
En 1951 John Cage entró en una cámara anecoica (diseñada para lograr el máximo silencio posible) y escuchó dos sonidos: uno agudo (su sistema nervioso) y otro grave (la circulación de su sangre). Cage experimentó así la imposibilidad del silencio absoluto y declaró: “El espacio y el tiempo vacíos no existen. Siempre hay algo que ver, algo que oír. En realidad, por mucho que intentemos hacer un silencio, no podemos”. Hija de aquella experiencia fue 4’33’’, los cuatro minutos y treinta y tres segundos más famosos de silencio musical.
Una cosa es la imposibilidad del silencio absoluto que experimentó Cage, otra que el silencio sea improbable, algo muy español. Somos tan alérgicos a él que incluso en los vagones de tren que Renfe destina al silencio hay quienes son incapaces de guardarlo con su móvil. ¿Será patológico?
EL SILENCIO MÉDICO
Más allá de patologías telefónicas, el silencio también es comunicación. Hay silencios que expresan más que muchas verborreas incontinentes. Por ejemplo en medicina, donde hay silencios enfermizos y silencios que sanan. Eso lo saben bien en psiquiatría, donde éste es tanto expresión de enfermedad como herramienta para su tratamiento.
“En psiquiatría, paradójicamente, el silencio habla”, explica Paula Martín Marfil, médico psiquiatra en la consulta del doctor Carlos Chiclana, en Sevilla. Algunos silencios del paciente, como el mutismo, son “una operación de su propia psique para evitarle un sufrimiento. Sin embargo, éste aparece después como síntoma. Hay una frase que lo explica bien: el cuerpo grita lo que la boca calla”. Y contra una boca que calla se utiliza “el arte del silencio como herramienta terapéutica para conseguir que el paciente dé pasos. A mí me gusta decir que el silencio es el arma del psiquiatra”. Incluso la doctora Martín Marfil va más allá y añade que “lo primero que tiene que hacer el psiquiatra es silenciarse a sí mismo, sus juicios, sus creencias, para poder escuchar al paciente de forma activa en toda su extensión”. Y es que, contra lo que el paciente pueda esperar, el psiquiatra no está ahí tanto para decirle qué debe hacer como para facilitarle que “haga uso de su libertad, que se mire, reflexione y encuentre por sí mismo las luces y los recursos que necesita para hacer frente a ese conflicto que se ha creado”.
En el ámbito médico, los silencios no sólo son expresión de un problema psicológico, también pueden ser consecuencia de una enfermedad que deje al paciente sin habla, en silencio. Ziba Ghazizadeh-Monfared, residente de último año de neurofisiología clínica en el Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla, explica que algo así se produce con las afasias, un daño cerebral que deja al enfermo con “todas sus capacidades de comunicación lingüística, verbal o gestual, afectadas. De los tres posibles niveles de afasia, dos producen silencio. En la afasia total o global el paciente se presenta mudo, no comprende lo que se le dice. En la no fluida o de Broca, tiene una grave afectación del lenguaje espontáneo y el paciente no emite sonidos, pero comprende. En el tercer tipo de afasia, el paciente no está en silencio, se comunica, pero dice frases sin sentido porque ni siquiera entiende lo que dice”. Lejos de situaciones tan extremas, hay afecciones más cotidianas relacionadas con el silencio. Su ausencia por las noches “puede resultar en una fragmentación de la estructura del sueño y, por lo tanto, tener como consecuencia una falta de concentración o disminución de la capacidad de memoria, una afección en sus funciones cognitivas”, advierte la neurofisióloga.
EL SILENCIO ESPIRITUAL
Más allá de las congregaciones religiosas que hacen voto de silencio, algunos ciudadanos acuciados por entornos ruidosos y vidas agitadas buscan mediante el silencio una forma de encuentro consigo mismos… o con Dios. Ya sea para alcanzar la trascendencia, lograr paz interior o por puro descanso, religiosos, místicos y ciudadanos sin mayor vocación espiritual utilizamos métodos parecidos. Como explica la psiquiatra Paula Martín Marfil, el silencio “científico” guarda relación directa con el silencio característico de la meditación religiosa. “Si nos ponemos a explorarla, la corriente del mindfulness no deja de ser una oración científica: tener conciencia plena de lo que pensamos, sentimos, del entorno en el que estamos, lo que percibimos… Estar en el presente. Lo que se quiere es, sobre todo, potenciar la atención focal”.
El músico José Martínez ha realizado ejercicios espirituales en diversos retiros que se extienden a lo largo de poco más de una semana. En ellos, el silencio es fundamental, “empezando por el más elemental, el exterior. Se evita en todo momento tener conversaciones”. En silencio, pero no en soledad. Un orientador ayuda a saber dirigirse en ese viaje silencioso hacia uno mismo y hacia Dios. “Según vas profundizando te puedes encontrar con zonas oscuras en ese silencio interior, que es otro nivel de silencio. Poco a poco te vas encontrando con otro espacio dentro de ti, con lo que tú eres de verdad. Para los creyentes, la paradoja es que en ese lugar en el que está contigo mismo en soledad no lo estamos, nos encontramos con Dios”, afirma Martínez.
EL SILENCIO LITERARIO
Al igual que el ruido afecta al descanso y puede conllevar una disminución de la concentración, la capacidad de concentrarse queda puesta a prueba a diario en una sociedad en la que la electrónica emite permanentemente sonidos e irrumpe de forma permanente en nuestros quehaceres. Quizá deberíamos aprender a apagar ordenadores y teléfonos.
El escritor Javier Morales Ortiz (autor de la novela “Pequeñas biografías por encargo” y de “Ocho cuentos y medio”), conoce amigos del gremio que “confiesan que su trabajo literario se ha visto perjudicado por las redes sociales. La tentación de dejar lo que estás escribiendo para ver quién te ha mandado el mensaje es muy grande. Tienes que ser muy disciplinado para mantenerte alejado mientras estás creando”.
Es probable que exista un tipo de literatura hija de nuestro tiempo, cuya forma, estilo y lenguaje encuentren parte de su causa en el ruido imperante, pero el silencio estuvo y sigue estando presente en la literatura. En España tiene incluso tradición poética. La poesía del silencio “surgió en la segunda mitad del siglo XX y su máximo representante fue Valente. Era la búsqueda de la esencia poética, de la palabra desnuda, tenía una veta mística”. También hay una narrativa silenciosa, que Javier Morales detecta en “autores como Albert Camus, Marguerite Duras, Echenoz e incluso el reciente Premio Nobel, Modiano. Y una tradición en el cuento, que viene del Chéjov, que juega mucho con las elipsis, que serían como los huecos, los silencios cuando uno habla, o cuando uno se queda callado”.
EL SILENCIO MUSICAL
En una partitura, esas elipsis tienen su propia grafía. Incluso con la utilización del término tácet, el músico sabe que ha de guardar un prolongado silencio durante la ejecución de una obra. Desde que John Cage le pusiera partitura al silencio, la relación de éste con la música y su percepción como elemento musical ha cambiado de forma radical.
El pianista Agustí Fernández, uno de los improvisadores europeos más personales y relevantes, considera que “antes la música se concebía más como un continuo con algún silencio dramático, era un efecto. Al asimilar este efecto e integrarlo y hacerlo un elemento estructural más de la música toma otra dimensión, tiene el mismo protagonismo que los sonidos”. Según apunta, desde Cage u otros músicos como Morton Feldman, el silencio está presente en la música “no cómo ausencia de sonido sino como pausa, como reflexión”. En la propia música del mallorquín, el silencio “está ahí latente, buscando maneras de expresarse mejor. Hay incluso escuelas de improvisadores donde hablan y trabajan sobre niveles de silencio”.
EL SILENCIO ARTÍSTICO
Quien trabaja para alcanzar el máximo posible de silencio es el artista conocido como Tres. Casi como si fuera un reverso de su dúo de bajo y batería, The Fake Druids, desde hace décadas se dedica a trabajar con el silencio, porque “me llamó la atención que en un mundo lleno de ruido y de exceso de información, no hubieran espacios explícitos para el silencio en el ámbito de la cultura. Quería dotar al silencio de presencia, ya que se considera una ausencia por definición, y experimentar sus posibilidades”.
Tres ha organizado desde ‘Cócteles silenciosos’ a ‘Conciertos para apagar’, y ha hecho de los “Blackouts” una especialidad, “consistente en apagar gradualmente edificios con todas sus máquinas y luces hasta alcanzar el máximo nivel de silencio y oscuridad posible”. Para alguien que trabaja con el silencio como herramienta y fin, hay incluso silencios que quizá sólo se puedan combatir a tiros… metafóricos. Además de los síntomas de enfermedad a los que antes nos referíamos, hay también silencios que son manifestación de una enfermedad que corroe el sistema democrático que decimos habitar. Por ello, Tres está llevando a cabo una acción de título “Maldito silencio” en la que “utilizo una pistola de fogueo para destruir esas formas de silencio perversas como los ataques a la libertad de expresión, el silencio del miedo, la mordaza…”.
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